Hannibal 3×10: Los sentidos del Gran Dragón Rojo

En ningún mapa antiguo, aunque el conocimiento actual diga lo contrario, se puede encontrar la frase «Hic sunt dracones». O lo que es lo mismo: aquí habrá dragones. Es, por el contrario, un aviso para navegantes sobre los peligros de la ignorancia y los lugares desconocidos. Por eso os digo: aquí habrá dragones. De carne y hueso, de apariencia humana. También habrá spoilers.

Hannibal (Mads Mikkelsen) ha ocupado por fin el lugar, espacial y narrativo, por el que es celebre. Encerrado en esa celda recargada, casi barroca, de no ser por la austera cama y la metálica mesa, cuya única conexión con el exterior es una pared transparente y agujereada, cual hamster, ahora él es el Dr. Lecter. El mismo doctor que el de El silencio de los corderos. Y cumple su misma función: da consejos para atrapar a un asesino en serie, ya que él es el mayor asesino en serie que jamás se han echado a la cara y han conseguido atrapar. Su vida es la de animal de zoo. Excepto que él nos puede enseñar cómo se comportan los demás animales.

Sin embargo, su situación en el imaginario de la serie no ha cambiado. Sigue siendo un role model para los que se reflejan en él y ansían ser reconocidos por su mente. No solo desde fuera, sino que también todos los que han estado bajo su influjo, bien por decisión personal (Bedelia (Gillian Anderson)), bien por impulsos cuasi-inconscientes (Will(Hugh Dancy)). Ahora, con las heridas cerradas y el tiempo que ha pasado entre el final de la mitad de esta temporada y este décimo capítulo, pueden sentarse a debatir cómo y por qué ocurrió lo que ocurrió.

No solo en la historia que hemos visto de Hannibal, Will, Florencia y los Verger, sino también con un pasado más remoto.

El pasado de Bedelia, esa historia de un paciente (ojo a Zachary Quinto) muerto en su consulta. Ha habido una neblina hasta ahora al respecto. La historia nunca se nos ha contado del todo o, al menos, se nos ha contado fragmentada. Por fin tenemos una visión general, aunque sea alternando con Will pidiendo explicaciones y reflexionando sobre las mismas. Es, al fin y al cabo, la historia de Bedelia. De cómo está siempre ha sido una mujer no tan manipuladora como Hannibal, pero cerca está. Y se sentía fascinada por su fiereza, por esa evolución de la que habla. Porque Hannibal es un apex predator. Algo que a Bedelia le hechiza, rechazando a los más débiles.

La historia del paciente muerto en la consulta de Bedelia empata con la de Will. De hecho, con la de cualquier que estuviese a merced de Hannibal. Excepto que este hombre sí que podía ver la maldad en el psiquiatra. Aquí es donde la psicología se vuelve perversa y juega en detrimento de los enemigos de Hannibal. Hasta el punto en el que la propia paranoia lleva a la muerte. Algo que Will consiguió sobrellevar.

Es la primera vez que la vemos desde que la habíamos olvidado en Florencia. Ella, como el resto, vive ahora a costa del asesino caníbal. Puede que sea una forma deshonesta y un tanto… chupatintas, que diría el mismo Hannibal, pero es la forma que tienen todos estos personajes de sobrevivir. La tragedia se admite o readaptándose o exprimiéndola.

Pero Bedelia es tan solo una pequeña parte de este capítulo. Aquí la gran estrella es ese Gran Dragón Rojo (Richard Armitage), Podemos ver, al principio del capítulo, el otro extremo del final del capítulo anterior. Esa llamada, ese primer contacto. Si el capítulo comienza con Hannibal y Mr. D. charlando apaciblemente, termina con Mr. D. y Will charlando de forma menos amistosa. Sin palabras, pero con violencia.

Mr. D. no es siempre así, claro. Su relación con Reba McClane (Rutina Wesley) es una de las pocas que parecen caer en la normalidad. Todo lo normal que puede ser una relación en esta serie. La chica vestida de sol va a ver un tigre con sus manos y el tigre brilla con luz propia. Los sentidos vuelven a jugar un papel importante dentro de la historia. Ya que no puede ver, ella es la confidente perfecta para Mr. D., un ser que se cree deformado y detesta su aspecto.

El tacto y la vista son sentidos casi secundarios. Hannibal hablaba del olfato y el gusto como sentidos primigenios, anteriores a todos los demás. Por eso el Gran Dragón Rojo funciona como súbdito, pero también como antítesis de Hannibal. Él no tiene unos gustos refinados y se deja llevar por la vista (esas películas) y su único alimento, la única vez que paladea, es de forma literal y cual ritual, devorándose al Dragón de Blake. Un ritual mucho más abstracto y destructivo (el arte se valora más que los hombres) que los de Hannibal.

Otra diferencia llamativa y reseñable es una cuestión de ego: Hannibal tiene un ego desmesurado. Toda su pulcritud, sus gustos, el mundo en el que vive y que crea a su manera y semejanza denota ese ego. Eso que Alana Bloom le amenaza con arrebatarle. Mientras, Mr. D. vive casi a oscuras, tímido (¿cuántas veces nos lo han dicho ya?) y se odia a sí mismo. La búsqueda, no por fácil, será más sencilla.

Hannibal, la serie, ha perdido un poco el onirismo de sus primeros compases. Hemos entrado en el terreno del thriller más puro, menos rebuscado y sutil. Eso no quita que Hannibal siga volando alto, olvidándose un poco del espectador medio que exige más acción o menos palabras, menos escenas con tigres y menos gente devorando obras de arte. Pero a Hannibal le da igual. Mejor para nosotros.

Diego Freire
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