Ha vuelto la serie más emotiva de la temporada. Los Pearson regresan a nuestras pantallas y los acogemos con ganas. Sin más dilación, comentemos el episodio.
La terapia familiar hace mella en los Pearson, y, reconozcámoslo ya, en nosotros. Durante su estancia en rehabilitación, Kevin (Justin Hartley) se ha dado cuenta de que en su infancia se sintió desplazado, porque Randall (Sterling K. Brown) era el favorito de su madre y Kate (Chrissy Metz) era la favorita de su padre; y la mala gestión de este sentimiento condicionó su vida. Además, también dice que el tema de la adicción está en la genética familiar: su padre era un adicto, él lo es y… su hermana también. La terapeuta tira del tema de las adicciones y Rebecca (Mandy Moore) se pone a la defensiva, carro al que se sube Randall.
En el flashback vemos cómo Kevin es culpado por sus padres de cosas de las que no es responsable, ilustrando así lo que intenta decir el Kevin adulto en la sesión de terapia. Hablando de lo cual, la tensión entre Randall y su hermano no hace más que aumentar, tanto que el primero opta por salir de la habitación, seguido por su madre (de nuevo, dándole la razón la teoría de Kevin). Rebecca se pone especialmente dura para reprochar que se refieran a Jack como un adicto, enfatiza que sus hijos solo han tenido 17 años de recuerdos con su padre, y que no habrá experiencias nuevas que grabar en la memoria, por lo que considera muy injusto reducir todo lo que era Jack a ese adjetivo.
Kate llora, nosotros lloramos, Rebecca llora y confiesa que Randall era más fácil de llevar, y que no la abandonó tras la muerte de Jack (Milo Ventimiglia). La intensidad es real y extrema, pero después de esto las cosas solo pueden ir a mejor. Los tres hermanos se sientan juntos para hacer las paces y relajar el ambiente, y Rebecca, a solas con Kevin, le dice a su hijo que siempre lo vio más fuerte y no creía que tuviese que preocuparse por él, y reconoce su error.
¿Tenéis corazón para lo que queda de temporada este año? ¿Os quedan lágrimas?