Ha ocurrido de todo este último capítulo de ‘Supergirl’: nuevos villanos (más politizados que nunca), nuevos héroes (que siguen sin cuajar) y la revelación que estábamos esperando. Como cada semana, nos alegramos de volver al cálido mundo de la superheroína, donde todo es esperanza, amor y positividad.
Pero eh, el episodio no ha sido perfecto, y aquí estamos para hablar de lo bonito y de lo feo. Seamos sinceros: ‘Supergirl’ es mágica porque es un poco cutre, y esta semana nos lo recuerdan con un caso demasiado ciencia ficción para CW. Un parásito, llamado algo así como “Alienus Parasitus” (no os lo habéis currado nada, chicos) aparece en el ártico, poseyendo psíquica y físicamente a un reconocido científico en el ámbito del cambio climático. Qué buena elección para poseer por un alienígena eco-friendly, preocupado por el estado de la Tierra y lo mal que la tratamos los humanos, ¿no? Bueno pues hasta el ártico se van en “jet”. Un “jet” que les deja en Noruega aparentemente minutos después de que el crimen se cometiese. Yo no sé qué tipo de tecnología tienen en los EEUU de DC, pero al parecer viajar hasta Europa se consigue en un plis. No me estoy quejando, adoro estas incongruencias porque entiendo que aceleran la narración, pero en este capítulo han tenido mucho de esto.
El capítulo se llama “Changing”; y es que en el mundo de ‘Supergirl’, como en el nuestro, todo está cambiando radicalmente. Los alienígenas o meta-humanos que están al acecho ya tienen un discurso político común: el mundo se va a la mierda, así que van a salvarlo antes de que llegue ahí. Lo único malo de esta ecuación es que en este “cambio” la estrategia principal suele ser el genocidio, y la verdad es que a Supergirl (Melissa Benoist) esto no le encanta. La idea de cambio y evolución literalmente la vemos representada esta semana a partir del parásito que se convierte en una especie de Predator gigante que a sus ojos (¿tiene ojos?) es un héroe.
A su vez el cambio que están sufriendo los demás personajes en sus vidas personales, más o menos ajenas al drama sobrenatural principal, está siendo una delicia de presenciar. Esta temporada están explorando temas complejos e imperfectos, con durezas que aún quedan por limar y de una manera mucho menos ñoña pero sí más intensa que la primera temporada.
Jonn (David Harewood) está desarrollando un vínculo muy bonito con su compatriota Megan (Sharon Leal), quien le salva esta semana a través de una transfusión alrededor de la cual existe mucha confusión. ¿Será que una transfusión entre marcianos está mal vista o podría ser realmente peligrosa? En cualquier caso, es maravilloso que se de exposición al resto de la población alienígena a través de Megan y el bar en el que trabaja, se crea un mundo mucho más rico, que recuerda incluso un poquito a ‘Buffy’ y sus clubes underground de seres sobrenaturales.
James (Mehcad Brooks), a su vez, vuelve a tener la trama personal más poco conseguida del capítulo. El pobre lo intenta, pero el héroe en el que se convierte cuando se pone el traje del GENIO Winn (Jeremy Jordan) (o sea, este chaval que empiece a monetizar semejante talento YA y llamarse Edna Moda de DC) no es el James que conocemos. No es creíble en absoluto que El Guardián sea también el fotógrafo con romántico con una revista que llevar. Nadie se cree que James haya querido ser un héroe desde que conoció a Clark Kent. Nadie se cree que el traje de Winn no esté hecho un día que pero al día siguiente, cuando lo necesita el mundo, sí esté. Lo que sí nos podemos creer es que si nos hubieran vendido este James desde el principio, estaríamos encantados de escenas como la de Winn hablándole por pinganillo desde una furgoneta cutre mientras él lucha con determinación y fuerza contra el alien. Pero a mí nadie me ha vendido nada excepto que James es un tío demasiado rancio para tanta altura y guapura, así que no compro nada. ¿Vosotros?
Mon-El (Chris Wood) está descubriendo que ser una buena persona igual no es tan malo, lo cual me apasiona, personalmente. Me encantó desde el primer momento la enemistad entre él y Kara, que se convirtió en rebeldía graciosa entre mentora y alumno y acabó en respeto entre iguales con distintas perspectivas. El que Mon-El y Kara fueran diferentes creaba una dinámica fantástica y mucho menos predecible y linear que si hubiesen imitado la relación entre Alex y ella. Hace tan sólo un año Alex estaba enseñándole a su hermana cómo ser una heroína, pero lo que dice Mon-El es cierto: la sensación de querer hacer el bien siempre ha sido innato en Kara. Y aún apreciando mucho la dualidad de los dos aliens, el que Mon-El reflexionara sobre su actitud sigue resultando acorde a su personaje y divertido de presenciar. Eso sí, al pobre le dura poco lo de ser un buen samaritano, siendo secuestrado por Mamá Luthor (Brenda Strong) (la verdadera villana de la temporada, no nos olvidemos). ¿Qué creéis que pasará?
Bueno, ahora hablemos de lo bueno. O lo regular. Personalmente, se me ha encogido el corazón con la salida del armario de Alex a su hermana. Chyler Leigh siempre ha sido de lo mejor de ‘Supergirl’, pero esta vulnerabilidad y drama que está trabajando últimamente es lo más efectivo de toda la serie. Es un conjunto de todo: de que su historia está tratada con delicadeza, respeto y realismo, y de que la actriz consigue una actuación sublime llena de sutilezas que hace que el capítulo se eleve como uno de los mejores de lo que CW tiene por ofrecer actualmente.
Es precioso que Alex se tome el tiempo que necesita para analizar su situación y darse cuenta de que sola no puede acercarse a estos sentimientos que lleva escondiendo muy adentro desde hace décadas. Lo que no es tan precioso es la reacción inicial de su hermana. Vayamos por partes. La primera respuesta de Kara al recibir la noticia de su (claramente emotiva y vulnerable) hermana es: “¿no será porque llevas mucho sin salir con chicos?” Me decepcionó tanto que la primera respuesta de ‘Supergirl’, heroína de América, no fuera: “Ah, que chuli tía, bueno, ¿vamos a tomar un helado?” que el resto del capítulo estuve con un resentimiento que me llenaba el cuerpo de rabia. Mirando hacia atrás, sin embargo, me puede parecer una buena elección. Al menos una elección interesante. Para poder hacer un comentario crítico sobre la sociedad en la que vivimos, donde la heteronormatividad nos lleva a las mujeres a creer que sus relaciones deberían ser con hombres, aunque no nos satisfagan, porque nuestra satisfacción no es lo primero, alguien cercano tenía que ser el abogado del diablo. Y tenía que ser Kara. Porque Kara no es perfecta y de vez en cuando no viene mal que nos lo recuerden. Kara se cree la persona más abierta del mundo pero vive inmersa en una serie de prejuicios que claramente son naturales para alguien con su privilegio.
Si criticamos esta idea de que una mujer no puede darse cuenta en la treintena que igual no es heterosexual, simplemente es que no ha encontrado “al hombre adecuado”, el vacile inicial de Kara tiene cabida. Sobre todo si después capaz de restaurar lo perdido en esa incómoda conversación, dejando claro que su incomodidad no es por el hecho de que Alex no sea hetero, sino por la culpa de no haber promovido una mejor atmósfera en la que ella se hubiese sentido cómoda compartiendo algo tan importante. Kara es un personaje increíblemente empático (demasiado, a veces), por lo que sorprende ese: “suena como si estuvieras saliendo del armario…” del principio. Pero el paralelismo entre ambas, viviendo con un secreto, es algo que les unirá más, suponemos.
Alex sufre en una semana toda la ansiedad que viene ligada a confesar algo privado, íntimo e importantísimo de un día para otra, junto con el rechazo de la mujer que le ayudó a llegar a ese momento de claridad. A pesar de la humillación y el dolor que sentimos por ella, todo está tratado con tanto cariño y fluidez que, simplemente, no podemos esperar a ver qué le deparará a Alex enfrentada al mundo con esta nueva visión de sí misma. Maggie (Floriana Lima) es una tía maravillosa, pero también es un símbolo, y si a partir de ahora lo que tenemos es a Alex descubriéndose a sí misma con otras mujeres, no nos quejaremos, ¿no?
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