¿Qué hay más Gallagher que ser desalojado de tu casa cuando ya tienes otros cuarenta mil problemas con los que lidiar? Nada. Esta semana la familia parece que vuelve a unirse del todo – como nos gusta.
Y es que llevamos una temporada difícil, y sólo la semana pasada Fiona (Emmy Rossum) amenazó a su hermana pequeña (Emma Kenney) echarla de casa si se digna a tener un bebé. Las vibraciones alrededor de la familia Gallagher son tensas, por decirlo de alguna manera. Pero no hay nada como una buena tragedia común para unirles de nuevo. Al menos están en la misma sala, luchando por su casa. ¿Que no la han conseguido? Aún mejor. No hay familia como esta para arreglárselas como sea posible.
Han pasado por mucho esta semana, y esta vez todos los miembros de la familia han estado involucrados de una manera u otra. Fiona, la primera, vuelve a su esencia de matriarca buscando mantener el control o como mínimo algo de seguridad. Saber que te van a quitar la casa es un rollo, pero si sólo estuviera ella el problema no sería tan grave, ¿no? Esta vez vuelve a aprender lo que es ser adulta y cómo funciona el crédito. Personalmente me fascina que Fiona no haya tenido una tarjeta de crédito en su vida. Es lo más Fiona que existe: abstenerse por si acaso. También toma la decisión de vender el anillo de compromiso de Gus (Steve Kazee), ese que le pertenecía a su abuela que salvó escondiéndolo en sus partes nobles durante el Holocausto. Esta es la mujer de la familia que echábamos de menos, pensando en maneras creativas de poder, como último recurso, comprar la casa que les ha pertenecido toda su vida en una subasta.
El dinero que consiguen es una mezcla de ganancias por venta ilegal de pistolas (aunque bueno, al final no…), lo que encuentran entre los cojines y un símbolo de lo mucho que necesitan mantener algo de su antigua vida. Este quizás sea la última aventura que tengan juntos y aunque nunca pierdan la magia ni el encanto, ni siquiera eso les puede salvar el pellejo esta vez. Una última Gallagher-ada antes de partir caminos, de ver cómo todo cambia. Es díficil, ¿no?
Mientras esto está ocurriendo, hay otros miembros de la familia que tienen sus propios dramas personales, pero algunos son más entretenidos que otros. Empecemos con el mejor: Ian (Cameron Monaghan). Es una maravilla que exista un día en los que sólo bomberos gays estén trabajando, llamado el “Gay Shift”, pero lo que es mejor es que nos dediquen esa escena donde tanto Ian como los demás hemos acabado encantados con la visita. ¿Significa esto que Ian está interesado en un futuro como bombero o CON UN bombero? Si alguien puede conseguir inspirarle a ser algo más de lo que aspira en estos momentos, un grupo de tíos mazados salvavidas es una buena opción. Sin embargo lo malo de esta situación, aunque divertida y atractiva, es que limita la historia del pelirrojo de la familia. Es un personaje extremadamente complejo que en momentos como este es limitado a que le gusta un bombero casado y con hijos. Aún no nos olvidamos de Mickey (Noel Fisher), y nos tienen que dar algo que se compare. ¿Estáis de acuerdo?
Lip (Jeremy Allen White) cada vez se mete en más terreno pantanoso con Helene (Sasha Alexander), lo saben ellos y lo sabemos todos nosotros. Es por ello que su trama esta semana es algo desconcertante. Cada paso que dan hacia adelante en su relación es en zigzag y tambaleando, sin sentido ni dirección, pero siempre con medio paso hacia atrás después. No tienen un plan, lo cual es guay y divertido en teoría pero se les ha ido de las manos. Lip está siendo limitado también a su manera, a esta relación que no puede acabar bien, siendo de alguna forma alienado de otros aspectos de su vida. La semana pasada rechazó a su hermano en un momento de desarrollo de personaje muy importante frente a su familia, y es algo que ha marcado como le vemos ahora, ¿no? Helene es un personaje fascinante pero no saca lo mejor de Lip hacia delante. Esta trama ha llegado a un punto de inflexión y esperemos avanzar a partir de aquí.
Fiona y Sean (Dermot Mulroney) son otra pareja que no para de pasar por baches, pero poco a poco se solidifican como la única pareja del todo honesta de la serie. Entre ellos hay una promesa de compromiso y ahora que les quitan la casa ella es una de las pocas que tiene donde quedarse. Sin embargo su honestidad a veces viene bien cargada, esta semana confesando que mató a un hombre… Al pobre Sean le mantienen con esta perspectiva de ex tío malo pero todos sabemos que es un buen partido, ¿no? No sufriremos lo mismo que la temporada pasada cuando Fiona pasaba más tiempo en casa de Gus que en la suya porque al menos Sean está presente y parece que siempre está dispuesto a ayudar, ¿qué opináis?
Ha sido un capítulo difícil pero entretenido. Frank (William H Macy) sigue haciendo de las suyas, esta vez utilizando a Debbie para su nuevo proyecto, pero al menos parece que la situación podría beneficiarle a ella y su bebé. Todo esto es problemático pero no hay más que hacer – al menos nunca decepciona que el Papá Gallagher siempre tenga un as en la manga.
Y así se resume todo, en una sala de subastas, con el barrio que solía ser un ghetto convertido en unos suburbios innovadores y gentrificados. Si no llega a ser por la nueva fama, quizás la familia podría haber mantenido su casa pero todo ha cambiado. Ni un tío grandote bajándote la mano ni un par de gritos sobre las plagas de la casa pueden cambiar de idea a la familia que pronto se mudará a la casa donde apenas tenían para vivir la mayoría del tiempo. Es triste ver cómo se ha convertido en esto el barrio que llevamos años conociendo, pero es un símbolo más de la evolución que deberán llevar a cabo ahora los protagonistas para poder asumir estos cambios. Si eso implica cortarle sin querer el cable del freno a tu amigo el pesado y paralizarle y verle morir en llamas (en serio, qué locura de trama por dios), que así sea.
¿Qué os está pareciendo este cambio de dirección? Necesitamos comentar.