Con la presidencia en mente, los candidatos republicanos y demócratas comienzan la andadura de campaña electoral entre debates, secretos y estrategias mientras sus líderes de campaña se encargan del juego sucio. Cambiamos sombreros blancos por dardos envenenados, pero ¿sabrán nuestros protagonistas establecer un límite?
La semana pasada nos habíamos quedado a punto de ver cómo Mellie (Bellamy Young), Susan (Artemis Pebdani) y Hollis (más conocido como Doyle, interpretado por Gregg Henry) se enfrentaban en el primer debate republicano de la campaña electoral; mientras, Olivia (Kerry Washington) vendía información sobre Edison (Norm Lewis) a sus oponentes demócratas.
En el debate ha quedado claro que el referente para crear a Hollis como candidato es Donald Trump, personaje que aspira a la presidencia de los Estados Unidos en la vida real, también desde el bando republicano. Volviendo a la ficción, ambas contrincantes sacan a la luz trapos sucios bastante potentes de Doyle, información que debería abrir los ojos de la ciudadanía norteamericana (nuevo guiño a la realidad política del país); y aún así, con todo lo que se desvela del multimillonario, la que sale como perdedora del debate es Mellie. Frustrante, ¿no creéis?
Ante esta derrota, Liv acude a los trapos sucios de Susan e intenta destronar a su rival más directa. Sabe que Susan nunca ha estado casada con su difunta pareja, y descubre que éste no es el padre de su hija. Al conocer la identidad del verdadero padre de la niña, que está en la cárcel, le ofrece un trato: una prueba de ADN a cambio de la libertad. Sin embargo, cuando él se niega por el bien de Susan, Liv amenaza con hacer de su vida un infierno y hacer lo imposible por que no salga de la cárcel en mucho tiempo. Ante esto, el pobre preso cede, pero Huck (Guillermo Díaz) alerta a Quinn (Katie Lowes): Liv está cruzando la línea.
Quinn acude a Abby (Darby Stanchfield), quien además de preocuparse por Olivia está a favor de que Susan gane las primarias, y juntas deciden actuar y llevar a Fitz (Tony Goldwin) al despacho de Pope and Associates. Tras una breve, pero eficaz, charla, Liv decide no filtrar a la prensa la información sobre Susan; pero todo acto tiene sus consecuencias y, a pesar del arrepentimiento en el último momento de Olivia, el hombre al que chantajeó para participar en su plan ha decidido quitarse la vida. ¿Dónde ha quedado el discurso del sombrero blanco?
Mellie, por su parte, acude al show de Jimmy Kimmel para participar en la sección de Celebrities read mean tweets, en el que diferentes personas famosas leen un tuit aleatorio que expresa una mala opinión sobre ellos. En esta ocasión, ella leerá varios de estos mensajes malintencionados pero no parece estar muy convencida sobre el tema, en parte por su escaso o nulo sentido del humor. Marcus (Cornelius Smith Jr.) le dice que ese es precisamente por el motivo por el cual no cae bien a la gente, ni siquiera a él, a quien le pagan para que le guste. Esto parece abrir los ojos a Mellie y se huele una remontada en las encuestas, ¿será Marcus la sorpresa de la temporada?
No ha pasado mucho más en este episodio, David Rosen (Joshua Malina) sigue a los pies de Susan e intenta recuperar su amor, papá Pope (Joe Morton) maneja a Edison como quiere, escoltado por Jake (Scott Foley) y Cyrus (Jeff Perry) sigue haciendo de las suyas para mantenerse poderoso e imprescindible para su candidato. Pero, atentos, porque el adelanto para el próximo episodio hace saltar todas las alarmas. ¿Compensarán tanta estabilidad, por fin?