¿En qué momento me empecé a considerar a mí misma seriéfila? ¿Cuántas series me hicieron falta para darme cuenta de lo mucho que lo disfrutaba? ¿cuántas horas de mi vida habré pasado disfrutando de las aventuras que veía? Es muy difícil decir el día, lugar y hora exactos en el que esa adolescente quedó prendada de una serie, y fue el comienzo de lo que sería su trayectoria como “adicta a las series”. ¿Cuál fue la culpable y la que me inició en ese mundo? La respuesta es Rebelde Way.
Dicen que la adolescencia es la peor época en la vida del ser humano: años de cambio (de mentalidad, físico), años de dudas, años de preguntas (sin respuesta), años de enfados porque sí… Años de rebeldía. Recuerdo perfectamente el día que me senté frente al televisor y sonó aquella canción. En ese momento, no significó nada en especial y, sin embargo, durante muchos años (aún a día de hoy) fue como un himno en mi vida.
Rebelde Way llegó en el momento perfecto a mi vida. Con trece años, yo tenía la cabeza llena de fantasías, ilusiones, aventuras que quería vivir… Pero también tenía los problemas que todo adolescente: peleas con mis padres, con mi hermana, preguntas que nadie sabía responderme. Altos y bajos. La edad de los “porqué”.
Y llegó Rebelde Way. Recuerdo como me atrapó. Sí, cuando era pequeña me pasaba las mañanas enganchada a la TVG (Televisión de Galicia) viéndome cada serie que ponían (Sailor Moon, Oliver y Benji, Reena y Gaudí…), o aquellas cintas de VHS en las que mi madre me grababa Digimon, porque cuando yo llegaba del colegio estaba acabando el capítulo… Pero lo que pasó con RW fue distinto. Conecté con la serie de una forma que sólo conseguían ciertos libros. Sus personajes, sus canciones, sus historias…
Rebelde Way era una serie para adolescentes. Estaba hecha para nosotros. Y lo más importante: Rebelde Way aplaudía esa edad tan complicada, esos años en los que los adultos se empeñaban en cargar contra nosotros, en criticar nuestras actitudes, en intentar cortarnos las alas.
Rebelde Way enseñaba a través de esa rebeldía que caracteriza a un adolescente. Y trataba temas como el despertar sexual (tema tabú en algunas familias con hijos adolescentes), la homosexualidad (tema prohibido en ciertas casas), el acoso escolar, la diferencia de clases… Era el escenario perfecto para cualquier adolescente de entre 13 y 16 años.
Rebelde Way me acompañó dos años. Cada tarde, a las 19:30, tenía una cita que no me perdía por nada del mundo. Eran los cuarenta minutos que más disfrutaba del día, esperaba y deseaba que llegase la tarde, porque sabía que iba a volver a encontrarme con esa historia con la que tan identificada me sentía.
Creo que yo no me di cuenta de lo que Rebelde Way estaba haciendo en mí. La huella que dejó esa serie, esa fidelidad que yo le demostraba a una emisión en televisión, fue el principio de mi vida seriéfila. Porque, después de Rebelde Way, vino otra serie, que otra vez me atrapó, y me mantuvo pegada a la pantalla todas las tardes de otro año. Y después vinieron más, pero, ninguna fue como Rebelde Way, porque fue la primera serie. La serie por antonomasia. La serie de la guardo el recuerdo más bonito de todos. La serie que me evoca a aquellos años tan complicados, llenos de sentimientos, preguntas, dudas, miedos… “Quiero quedarme para cosas buenas”, cantaban en la segunda temporada, ¡y fuera todo lo malo!
Si pudiera volver a verla de la forma que la vi por primera vez, diría que sí, que quiero, que fue la primera serie que hizo que algo en mí cambiara, que me ayudó a ver la vida de manera distinta, que ayudó a que mi voz de adolescente se hiciera oír, en un momento en el que era muy complicado que nadie te escuchase. Fuimos una generación afortunada los de Rebelde Way, la verdad que sí.
“Rebelde Way dejó señales en el tiempo que permanecerán en nuestra memoria”
(Una de mis escenas favoritas de la serie. “Por lo que no se dice, pero se siente”)
1 comment